¿Recuerdas la primera vez que emprendiste algo?
Yo si. A los 13 años.
De una manera que todavía no puedo explicarlo, apareció en el escritorio de mi habitación una revista de computación. Recuerdo, como si la página estuviese al frente mio, que adentro había un artículo sobre cómo programar sitios web.
Hasta ese momento nunca tuve ni un mínimo interés por aprender sobre el tema, pero agradezco haberme permitido que la curiosidad volara por mi cuarto. Ese día, sin darme cuenta, estaba forjando una pasión que me acompañaría por muchísimos años.
Recuerdo que durante los veranos aprovechaba que no tenía que ir a la escuela y me pasaba toda la noche frente a la computadora. Aprendiendo. Creando. Experimentando.
Noches en las que llegaba a acostarme a las 6 de la mañana solo porque la salida del sol me recordaba que ya era hora de irme a dormir.
Como adulto, por muchos años intenté volver a ese lugar. A ese estado en donde el tiempo se detenía, los límites desaparecían y las presiones no existían.
Por muchos años lo único que quería era volver a enamorarme del proceso.
Todo pasó a ser diferente cuando empecé a emprender “en serio”.
Al principio me enamoraba de mis proyectos, como si fuesen un juguete nuevo con el que iba a divertirme y aprender cosas nuevas.
Pero al poco tiempo, esa chispa se iba apagando. Lo que antes me emocionaba, ahora me pesaba. Cada día de trabajo se sentía como una lista interminable de pendientes en vez de un proceso creativo y estimulante.
Y sin darme cuenta, entraba en un ciclo donde procrastinaba, dudaba de mi mismo y me sentía culpable por no avanzar más rápido que el resto.
Era como si estuviera manejando con el freno de mano puesto.
Cuando nos sentimos así y caemos en estos espacios de exigencia tan comunes en estos tiempos, es muy fácil pensar que el problema es porque nos falta disciplina, tiempo o porque los demás cuentan con herramientas y hábitos que nosotros no tenemos.
Pero muchas veces, el problema de raíz es que no estamos disfrutando del proceso.
Y cuando algo no nos gusta, buscaremos maneras de evitarlo. Empezaremos a procrastinar, a distraernos, a buscar cualquier excusa para no sentarnos a avanzar en lo que realmente importa.
Nos hicieron creer que el éxito llega cuando nos “forzarmos” a trabajar más. Y esa creencia nos llevó a pensar que necesitamos más autodisciplina, más estructura y más esfuerzo.
Pero si nos detenemos a observar un momento hacia afuera, notaremos que las personas más productivas y exitosas no están luchando contra ellas mismas todos los días. No viven en guerra con sus proyectos.
En cambio, se entregan al proceso y se liberan del resultado.
El problema es que nos enseñaron a ver el trabajo como algo que tiene que ser pesado. Nos inculcaron que si algo es divertido, entonces no es "serio". Que el esfuerzo solo vale si es doloroso.
¿Pero qué pasaría si nos sintiéramos atraídos a trabajar en nuestro negocio de la misma forma en la que nos sentimos atraídos a hacer algo por disfrute?
No podemos hacer crecer algo que rechazamos. En un mundo que tanto prioriza las estrategias, los números y procesos, necesitamos reinvindicar el disfrute como herramienta esencial para el éxito.
Sobre esto hablaremos en el correo de hoy.
La creatividad no es una carga
Muchas veces asociamos la procrastinación con la falta de disciplina o interés. Cuando eso sucede, es muy fácil culparnos por no ser lo suficientemente comprometidos.
Pero en realidad, la procrastinación no tiene nada que ver con la falta de disciplina, sino con la falta de conexión:
Algo en el proceso que está fallando y nos desconecta del disfrute.
Las razones son infinitas, pero generalmente perdemos el disfrute en nuestros proyectos cuando elevamos nuestra autoexigencia o depositamos expectativas creyendo que son propias, cuando en realidad le pertenecen a nuestro entorno o sociedad, al punto de llegar a convencernos de querer algo que en realidad no es nuestro.
Algo que descubrí hace relativamente poco es lo liberador que es crear espacios en nuestra rutina. Darles una entidad en mi agenda, en vez de esperar a que la motivación y las ganas definan mi accionar.
Hasta ese momento creía que lo genuino era actuar desde la motivación, y que si lo hacía mi creatividad fluiría sin límites y la inspiración llovería del techo. Nada de eso resulto ser cierto.
La creatividad no funciona así.
De hecho, las personas más creativas que conozco hacían de la creación una rutina. En vez de depender de la inspiración, diseñaban sistemas que los hacían entrar en el estado adecuado.
Prince creaba música todos los días.
Haruki Murakami se despierta todos los días a las 4am y escribe durante 5/6 horas.
Picasso preparaba su trabajo durante la tarde y pintaba de madrugada.
No esperaban a sentirse listos o motivados para actuar. Simplemente empezaban y por hacerlo la inspiración llegaba a ellos.
“No es porque las cosas sean difíciles que no nos atrevemos; es porque no nos atrevemos que son difíciles.” – Séneca
Esperar el momento perfecto refuerza la parálisis que nos mantiene estancados. En cambio, la acción imperfecta sostenida en el tiempo nos hace ganar claridad y confianza en lo que hacemos.
Cada paso cuenta.
También descubrí que en esto de crear y emprender existe otro gran elefante en la habitación:
El dilema entre lo que deberíamos hacer y lo que queremos hacer.
Muchas veces me encuentro batallando entre estas dos fuerzas. Quiero innovar, pero luego me frustro cuando lo que hago no funciona o da resultados.
Existe una línea muy fina entre crear en función de lo que desea el mercado y crear en función de lo que nuestra visión nos muestra.
Limitarse a crear a partir de lo que el mercado desea es fácil. Solo basta con copiar exactamente lo que a otro le funcionó.
Usar las mismas fórmulas.
Decir las mismas palabras.
Hacer las mismas promesas.
Personalmente creo que no hay nada creativo en eso. Al final no es más que otra franquicia del negocio original.
Innovar, en cambio, es crear algo nuevo a partir de algo existente para generar más impacto.
Requiere visión.
Requiere creatividad.
Pero sobretodo, requiere audacia.
El problema es que muchas veces en el afán de innovar terminamos creando algo que la gente no entiende, ni mucho menos necesita.
Por eso, si queremos darle batalla real a todas esas marcas que dicen y hacen exactamente lo mismo (y les funciona), debemos ser muy intencionales en la manera en la que innovamos, para crear algo que sea genuino, único, pero también con el potencial de ser igual o más exitoso que todo aquello que estamos cansados de ver.
Entrar en estado Flow
Mihály Csíkszentmihályi, en su libro Flow: The Psychology of Optimal Experience, explica que los momentos más gratificantes de nuestras vidas ocurren cuando entramos en un estado de inmersión total en lo que hacemos.
Ese estado el autor lo llama Flow.
Cuando entramos en estado Flow, el tiempo se desvanece, las distracciones desaparecen y nuestra creatividad se expande sin esfuerzo. Trabajar no se siente como una obligación, sino como una extensión natural de nuestro ser.
Entonces, la pregunta no es cómo obligarnos a trabajar más, sino cómo hacer que el trabajo sea tan estimulante al punto de resistirnos a abandonarlo.
Veamos tres maneras de conseguirlo.
Convierte el proceso en una experiencia irresistible
Nuestro cerebro se estimula con placer, no con obligaciones. Entendiendo esto podemos hackearlo.
Si tu relación con el trabajo está asociada al esfuerzo y al constante sacrificio, adivina qué va a pasar:
Tu mente buscará maneras de evitarlo.
Encontrar disfrute en el proceso es lo que hace que el proceso perdure.
Actualiza tu forma de ver el trabajo. Reemplaza el “tengo que hacer esto” con el “elijo hacer esto”. Cuando nos apropiamos de la acción sabiendo que si la hacemos nos ayudará a llegar a donde queremos estar, la actitud cambia.
Diseña rituales que inauguren tu jornada. Puede ser desde algo tan simple como preparte un café, hasta salir a dar un paseo antes de empezar el día.
Gamifica el proceso. Encuentra un equilibrio entre desafío y habilidad. Si una tarea es demasiado fácil, te aburrirás. Y si es demasiado difícil, te frustrarás. El secreto está en ajustar el nivel de dificultad de lo que hacemos para mantenernos en el punto exacto donde el trabajo se vuelve estimulante.
Diseña un entorno que habilite el estado Flow
Muchas personas subestiman el lugar donde trabajan. Les da igual si lo hacen en la cocina, en el living o en la habitación.
Los espacios son un poderoso disparador psicológico que impacta directamente en nuestra creatividad.
Si tu entorno es caótico, frío o poco inspirador, va a ser muy difícil entrar en un estado de inmersión profunda.
Elimina las distracciones para sumergirte por completo en la actividad y crea un espacio de trabajo libre de interrupciones.
Incorpora elementos visuales y sensoriales que te inspiren. Desde piezas de arte, hasta objetos o luces cálidas. Todo suma.
Prioriza espacios con luz natural, aire fresco y en lo posible plantas para aumentar tu creatividad y bienestar.
El tamaño del espacio no importa, su contenido es lo que cuenta.
Crea una rutina que active la creatividad de forma natural
Esperar la inspiración para actuar es una pésima decisión. En cambio, diseña un sistema que te ponga en movimiento.
Identifica tus horas de mayor rendimiento y en lo posible ajusta tus horarios de trabajo a tu ritmo de funcionamiento natural.
Define bloques de trabajo ininterrumpidos. Está demostrado que la concentración profunda ocurre en ciclos entre 90 y 120 minutos. Protege esos espacios como si fueran sagrados.
Establece pequeños rituales antes y después de trabajar para entrenar tu mente a entrar y salir del estado flow con facilidad.
Muchas veces, el problema no es la falta de creatividad, sino que estamos tan saturados de estimulos que no damos lugar para que se manifieste.
Csíkszentmihályi explicaba en su libro que las mejores ideas surgen cuando la mente está relajada. Por más difícil que sea en estos tiempos de tanto ruido, asegurate de incluir momentos de silencio en tu rutina.
De hecho, Nietzsche, Steve Jobs y muchos otros genios creativos usaban las caminatas silenciosas como herramienta para desbloquear nuevas ideas.
Y muy importante, darte el permiso para aburrirte. En lugar de llenar cada momento con dopamina barata sacada de las redes sociales, deja lugar a que la mente divague para que ocurran verdaderos avances creativos.
Quienes buscan motivación, no logran nada.
Quienes crean la motivación, obtienen todo.
La resistencia a hacer el trabajo desaparece cuando asumimos nuestro compromiso con el objetivo, pero sin dejar que el objetivo nos consuma.
El resultado no es más que la culminación de un juego. De un proceso que si le damos el espacio adecuado, nos puede expandir y llevar a lugares que nunca antes habíamos visitado.
Si el trabajo es una lucha, la creatividad se desvanece.
Romantizar el proceso es estar abierto a diseñar una vida que abrace los cambios y priorice el conocimiento adquirido más que el destino.
Crea para vos.
Trabaja para vos.
De todos las estrategias, la que mejor funciona es mantenerse en el juego.
Porque si lo haces, tu éxito será inevitable.
Abrazo virtual,
Agustín
“No seas demasiado tímido y aprensivo con tus acciones. Toda la vida es un experimento. Cuantos más experimentos hagas, mejor. ¿Qué sucede si son un poco ásperos y es posible que se ensucie o se rompa el abrigo? ¿Qué pasa si fallas y acabas rodando por el suelo una o dos veces? Levántate de nuevo, nunca tendrás tanto miedo a una caída.” – Ralph Waldo Emerson
Era justo lo que estaba necesitando leer en el día de hoy. ¡Gracias!
Muy bueno. Me encanto!