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La historia sobre cómo el principe Siddharta Gautama se convirtió en Buda es tan fascinante que resulta imposible resumirla en un correo.
Es por eso, que a los fines de transmitir una idea de la que vengo reflexionando en mi cabeza, voy a intentar narrar los momentos más relevantes de su transformación.
Se dice que al nacer, el rey convocó a una agrupación de sacerdotes para que conozcan al nuevo principe y analicen su futuro. Todos concluyeron lo mismo: que Siddharta iba a ser un gran rey o un gran maestro.
Todos menos uno. Para este brahmán, Siddharta estaba destinado a ser un gran maestro.
Atravesado por la angustia que le daba la posibilidad de no tener un descendiente para heredar el trono, el rey hizo todo lo posible para que su hijo evite a toda costa convertirse en sabio y elija permanecer en el reino de los lujos.
Así fue como desde muy temprana edad, Siddharta estuvo rodeado de privilegios, caprichos, materialismo exagerado y muchas mujeres.
Años más tarde, Siddharta llegó a casarse e incluso tuvo un hijo. Se dice que era una persona muy sensible, un esposo ejemplar y un padre amoroso.
Durante toda su vida, el principe tenía prohibido salir de los límites del palacio. Pero un día, fue tan grande su insistencia para salir a conocer el mundo que el padre accedió a su pedido.
Para evitar que Siddharta se enfrentará a la dura realidad de su pueblo, el padre manipuló a todas las personas que había afuera para que su hijo regresara con la idea de que en su reino todos eran felices.
Fue así que de los tres viajes que hizo al pueblo, Siddharta se encontró con personas bien vestidas, rodeadas de lujos y aparentemente felices. Pero la verdad, por más que se intente disfrazarla, jamás puede ocultarse y fue así que el principe se topó con cuatro personas que cambiarían por completo el curso de su vida:
Un enfermo
Un muerto
Un anciano
Un asceta que había abandonado los placeres materiales
Al volver al palacio, a Siddharta lo invadió un profundo dolor al reconocer que todos los seres humanos estábamos destinados al sufrimiento y que el materialismo con sus lujos jamás nos conducirán a la felicidad.
Abatido por todas estas preguntas y la angustia de ver que estaba viviendo una mentira, el principe decidió abandonar el palacio y emprender su camino de sanación.
El día que Siddharta dejó el palacio, también estaba renunciando a una idea que hasta ese momento dominaba su vida: que el materialismo y los deseos eran sinónimo de felicidad.
Fue así que el principie tomó el camino opuesto y decidió habitar la pobreza extrema.
En la búsqueda de su felicidad, Siddharta se topó con un yogui que le enseñó todo lo que sabía sobre el yoga. Sorprendido por el talento y lo bien que aprendía, el yogui le propuso que sea su discípulo y se convierta en un maestro.
Claro. Era tan poco el amor que Siddharta se tenía en ese momento, que sin darse cuenta se estaba sometiendo a la perfección a todas las enseñanzas, verdades y exigencias que otra persona le imponía. Sin darse cuenta, alguien se estaba aprovechando de su debilidad.
Al descubrir que la felicidad que tanto buscaba no estaba en el yoga, decidió rechazar la oferta del maestro y continuar su camino.
En un momento del recorrido, el principe se cruzó con un grupo de ascetas: personas que detestan el mundo material y creen que las trascendencia espiritual se alcanza cuando logramos renunciar a los deseos y pasiones terrenales.
Durante seis años, Siddharta se rodeo de yoguis y ascetas. Siguió al pie de la letra todos los consejos espirituales que le daban, habitó la pobreza extrema tal como le habían enseñado y seguía a rajatabla todas las técnicas de privación del alimento y control mental que te imagines.
Hacía todo lo que le enseñaban, aplicaba todo lo que le decían para alcanzar la iluminación y sin embargo seguía siendo un infeliz. Era tan extremo el daño que le estaba haciendo a su cuerpo que Siddharta se estaba muriendo del dolor y desnutrición.
Abatido por la tristeza, Siddharta se puso a meditar en el bosque. En ese momento, un grupo de niñas pasaron cerca de donde estaba mientras tocaban un instrumento de cuerdas llamado laúd y cantaban alegremente.
Fue en ese preciso instante en donde Siddharta tuvo la revelación más importante de su vida.
Al escuchar lo bien que sonaba el instrumento, Siddharta comprendió que una cuerda solo suena hermosa cuando no está ni muy floja ni muy apretada, sino en el punto justo de su afinación.
Precisamente ahí, en ese momento, Siddharta entendió que el fin del sufrimiento no se encuentra en los extremos, sino en el equilibrio.
Inmediatamente después de esta revelación, Siddharta se levantó con la poca fuerza que tenía y salió del bosque.
En el camino, se encontró con una señora que al verlo se asustó por su apariencia raquítica y lastimada. Fue tal la conmoción que le dio su imagen que le ofreció un gran tazón de arroz con leche. Siddharta aceptó la oferta y por primera vez en seis años comió bien.
Los maestros yoguis y ascetas que lo acompañaban no podían creen lo que estaban viendo. De repente Siddharta estaba comiendo con normalidad y caminaba en vez de meditar. Según ellos, había abandonado la espiritualidad.
Decepcionados con el principe, los hombres santos decidieron abandonarlo en el río Niranjana y siguieron su camino. Estando allí, Siddharta se bañó en el río para estar refrescado y descansó en un campo de hierba debajo de la fresca sombra de un árbol.
Días después, luego de horas de meditación en busca de su verdad, Siddharta se convirtió en el despierto. Siddharta se había convertido en Buda.
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Cuando leí por primera vez esta historia, me invadieron dos ideas:
La primera, es que la plenitud y la armonía se encuentra en el equilibrio. No en los extremos.
Cualquier persona que te quiera vender un extremo como antídoto para la insatisfacción y la infelicidad te esta engañando.
Pero la segunda, la que más me llamó la atención, fue descubrir el daño que se estaba haciendo y lo desorientado que estaba Siddharta por seguir los consejos de “los hombres santos”.
Siddharta no alcanzó la iluminación gracias a las prácticas y tips de espiritualidad que aplicaban los maestros. La alcanzó en el momento en que conectó con una idea que lo ayudó a despertar.
En un mundo sin filtro y lleno de ruido, lo último que necesitamos para avanzar son más consejos.
Los consejos son simplemente un testimonio de aquello que le funcionó a la persona que te lo comparte. Pero no necesariamente te tiene que funcionar a vos y eso está bien.
Lo que en realidad necesitamos, al igual que Siddharta, son ideas poderosas que nos ayuden a darle forma a nuestra perspectiva del mundo y a configurar nuestra toma de decisiones.
Cuando adoptamos esa nueva perspectiva, está en cada uno emprender la búsqueda para encontrar su verdad y lo que a cada uno le funciona.
Por eso el 99% de las personas cazadoras y consumidoras de consejos o no aplican todo lo que recolectan o no logran nada al hacerlo.
Porque para alcanzar cualquier objetivo primero debemos convertirnos en la persona capaz de lograr ese objetivo. Por eso también es importante preguntarse si ese objetivo está alineado al tipo de persona que te gustaría ser.
Todo cambio requiere un cambio de identidad y de creencias. Pensar que un manojo de consejos te darán la experiencia necesaria para lograr lo que te propongas es engañarte a vos mismo.
Una nueva identidad requiere de paciencia, foco a largo plazo y tolerancia al riesgo y al fracaso. Si esos ingredientes no están, caerás de nuevo en el agujero de los consejos.
Y aunque un objetivo nunca es el destino final, son una excelente herramienta para crear un marco para darle dirección a nuestra toma de decisiones.
Tener una imagen clara de aquello que te gustaría lograr te ayudará a no ser susceptible a las ideologías y creencias ajenas presentadas en forma de verdad absoluta, dentro de un mundo relativo.
La experimentación personal es la única manera de descubrir aquello que te funciona, para que puedas descartar en paz aquello que no.
Porque en definitiva, el mejor vehículo para llegar a donde quieras estar es aquel que te ayude a avanzar. Y si no avanza, es porque o todavía no estás listo para ese vehículo o porque nunca fue para vos.