El gusto es el nuevo petróleo
Por qué estamos ingresando a una nueva era de curación, coherencia y negocios con alma.
Querido Navegante,
Estamos presenciando el nacimiento de una nueva economía.
Para que lo entiendas mejor, debemos remontarnos a poco más de 40 años de historia.
A finales del siglo XX, especialmente durante las décadas del 80 y 90, el mercado de consumo se convirtió en un campo de batalla global.
Las principales marcas del mundo se habían declarado la guerra por nuestra atención, invadiendo cada rincón de nuestra experiencia sensorial.
Coca-Coca proyectaba su logo en todos los carteles del mundo.
Nike te decía que si no lo hacías, no eras nadie.
McDonald’s colonizaba las manzanas de las ciudades y los televisores de nuestras casas.
Lo único que importaba era quién gritaba más fuerte que la competencia.
En el medio de todo ese caos, nació en Japón una marca que decidió irrumpir con el status quo y hacer las cosas a su manera:
Mujirushi Ryohin.
Que en japonés significa “productos de calidad sin marca”, y que el mundo conoce como MUJI.
Mientras los titanes del capitalismo de consumo desarrollaban identidades cada vez más ruidosas y estrategias de marketing agresivas para llamar la atención, MUJI decidió hacer exactamente lo contrario:
Fabricaban productos sin logos.
Sin colores ruidosos.
Sin campañas estridentes.
Y en vez de eso, apostaron por tipografías simples, paletas cálidas y una atmósfera de calma y coherencia en todo lo que diseñaban.
Cuando todos querían impresionar, MUJI quería estar presente.
Cuando todos buscaban seducir, MUJI buscaba respetar.
Descubrir MUJI en mi primer viaje a Nueva York fue amor a primera vista.
Desde el instante que ingresé a su tienda en la 475 5th Ave, sentí que su mundo me estaba hablando a mí, y que sus productos estaban diseñados para ser parte del mío.
Lo que MUJI entendió mejor que muchos es que el arte y los negocios no son extremos, sino complementarios.
¿Pero por qué te cuento esta historia? Me preguntarás.
Porque esa misma guerra que libraron por nuestra atención allá en los 80 la estamos reviviendo hoy con las marcas personales y negocios digitales, abriendo una oportunidad única por hacer las cosas diferentes, así como MUJI lo hizo en su momento.
Llegamos al inevitable punto donde los feeds digitales se convirtieron en un repositorio de contenido indistinguible, discursos clonados y una sobreabundancia de ruido digital que no está haciendo más que provocar un agotamiento generalizado en los creadores y una profunda pérdida de conexión auténtica con su audiencia.
Las plataformas que nos premian por nuestro tiempo, nos están llevando a un burnout creativo por mantener la frecuencia que los algoritmos nos “exigen” si queremos permanecer visibles para nuestra audiencia.
Honestamente, siento que estamos perdiendo el sentido de crear.
Produciendo mucho, pero con poco impacto emocional e intelectual.
Priorizando el alcance, por sobre la profundidad.
Eligiendo la atención inmediata, en lugar de la resonancia.
Lo paradójico de todo esto es que en una época donde la IA puede responder y hacer cualquier cosa que le pidamos, la información dejó de impresionarnos y de a poco estamos viendo emerger un modelo más sostenible y reflexivo que nace de la habilidad que absolutamente nadie puede comprar ni copiar:
El gusto.
No desde una perspectiva estética y superficial, sino desde una mirada sensorial y espiritual.
En un mundo que prioriza lo fugáz y las métricas por encima de todo, el gusto y nuestra manera única de ver el mundo se están convirtiendo en activos de diferenciación clave para cualquier marca y producto queriendo tener su propio ecosistema y hacer tribu en el mundo digital.
Cada vez que entro a Instagram me doy cuenta de lo necesario que se ha vuelto esto.
No hay vez que ingrese a la sección Explorar y no me encuentre con algún creador queriendo explicarme cómo hacerme viral o cómo crear contenido para retener más la atención de mi audiencia.
¿Pero de qué me sirve volverme viral si eso implica llegar a personas que no están alineadas con mi marca?
¿De qué me sirve retener la atención de mi audiencia si lo que digo no tiene una intención de trasfondo?
Seguimos inmersos en un modelo que prioriza el volumen y la superficialidad por encima de la calidad y la conexión emocional, en muchos casos porque creemos que esa la única manera de crecer.
Yo mismo caí en esa trampa al principio.
A lo largo de mi vida hice muchas cosas por miedo al fracaso. Una de ellas fue crear contenido que no iba conmigo, pero que sabía que funcionaría.
Siguiendo fórmulas que no me representaban.
Compartiendo mensajes que sentía incoherentes con mi filosofía de vida.
Reproduciendo formas de otros creyendo que si a ellos les funcionaba, lo mismo sucedería conmigo.
Sin darme cuenta, me estaba convirtiendo en alguien más del montón, sin voz propia y desconectado completamente de mi propósito inicial.
Cuando descubrí que así como yo existen miles de personas que buscan otra manera de consumir contenido, de crear negocios y posicionar sus marcas, sentí mucha paz conmigo y empecé a darme el permiso de ser más yo.
Me había dado cuenta que no existe una sola forma de hacer las cosas, y ahora la pregunta ya no era qué hago, sino qué dejaba afuera.
Cuando hablo de desarrollar el sentido del gusto, es muy fácil pensar que te estoy proponiendo volverte más “disruptivo” o refinado. En realidad es todo lo contrario.
El buen gusto es priorizar la calidad, sobre la urgencia.
La coherencia interna, sobre la validación externa.
La visión propia, sobre el concenso colectivo.
El gusto es por naturaleza la mejor herramienta de depuración de clientes jamás inventada:
Atrae con magnetismo a las personas que resuenan con vos y aleja como un huracán a quienes no valoran o entienden tu mensaje.
El gusto, al igual que las cosas más importantes de la vida, no se puede comprar.
Se construye a partir de experiencias, sensibilidad y observación intencional.
Es la consecuencia de una identidad cultivada a través del tiempo y que se nutre a raíz de todo lo que nos expusimos a lo largo de nuestra vida.
Si el marketing tradicional prioriza las métricas y lo puramente transaccional, el gusto se interesa más por construir permanencia a través de comunidades afines que dialogan y se identifican con el mundo de su creador gracias a su coherencia, estilo y alma.
En este caso, la diferenciación ya no es forzada, sino una consecuencia diseñada.
Para tu marca y negocio, esto implica dejar de crear contenido desde el ego (aportando “valor” y “educando” a tu audiencia), para pasar a hacerlo desde los sentidos y la intuición, a través de ideas que nadie más que vos podría comunicar, porque nadie es como vos.
Paradójicamente, este es el contenido que mejor me funciona.
Cuando publico algo que nace de la atención y la intención, suelo tener mejores resultados que subiendo un contenido más técnico o educativo.
Esto sucede porque las personas se identifican con mi mensaje, y esa identificación no solo crea consciencia: también construye pertenencia. Y cuando eso sucede, la competencia desaparece.
La razón por la que tantas personas tienen dificultades para atraer a su cliente ideal con su contenido es porque no están diciendo nada que les hable directamente a ellos.
La gente se cansó de escuchar a creadores y expertos hablar de temas que pueden encontrar a un prompt de distancia. En un mundo saturado de contenido vacío, hoy más que nunca necesitamos encontrarnos en lo que consumimos.
Si hubo alguien que entendió muy bien el poder del gusto aplicado a los negocios fue Steve Jobs.
“Al final, todo se reduce al gusto. Se trata de intentar exponerte a las mejores cosas que los seres humanos han creado, y luego tratar de incorporar esas cosas en lo que vos estás haciendo.” – Steve Jobs
Se sabe que Steve Jobs se pasó meses perfeccionando el diseño interno de las primeras Mac, partes que sus usuarios jamás verían, porque sabía que la belleza involucraba al todo, y no solo lo visible.
Steve entendía que un producto con alma, capaz de transmitir emociones gracias a su obsesiva atención al detalle, no solo podía ser exitoso, sino también memorable. Algo que sus competidores jamás supieron entender y la razón por la que Apple tiene fans, en vez de consumidores.
El buen gusto se construye cultivando un hábito innegociable por exponernos a todo aquello que estimule nuestra alma e intelecto para mejor, haciéndole resistencia a cualquier estimulo barato que atente contra el equilibrio de nuestro sistema nervioso, pero fundamentalmente desarrollando un profundo sentido de la espera.
Porque el buen gusto no está hecho para apurarte, sino para transformarte.
No apuesta por lo inmediato, sino por la permanencia.
No busca logros, sino refinamiento.
Cuando todos se someten a la urgencia en masa, la calidad se convierte en un acto de rebeldía en forma de video, programa, servicio, podcast, correo o carrousel.
Por eso es tan importante consumir y crear desde nuestro sentido del gusto:
Porque los algoritmos se entrenan a partir de cómo los alimentamos.
Si consumimos superficialidad, nos mostrará más entretenimiento.
Y si buscamos claridad, nos responderá con profundidad.
En consecuencia, atraemos lo que creamos.
No solo se trata de lo que nos gusta, sino de lo que permitimos ingresar a nuestra vida.
Y ahí es donde entra el poder de la curación de contenido.
Hubo una época donde nosotros elegíamos qué consumir. No el algoritmo.
Elegíamos a quiénes seguir.
Elegíamos qué música escuchar.
Elegíamos qué películas ver.
En mayor o menor medida, ese ejercicio intuitivo de curación nos convertía en los diseñadores y defensores de nuestro propio mundo. Cada artista, película, músico o escritor ocupaba un rol único en la película de nuestra vida.
Pero todo eso cambió desde que el consumo se convirtió en algo infinito e inmediato. Cuando todo se volvió hiper accesible y fácil de encontrar.
En una época donde el algoritmo decide por nosotros, filtrar lo que consumimos se ha vuelto imprescindible para recordar quiénes somos, crear con intuición y evitar perdernos en el oceano de la opinión popular.
En definitiva, el gusto no es algo con lo que nacemos. Se alimenta con el tiempo.
Y como todo, puede diseñarse.
Prestándole mucha atención a lo que te emociona sin explicación aparente. A las películas y libros a los que volvés sin ninguna razón. A las imágenes que encienden una chispa en tu cuerpo.
Cuanta más sustancia tiene algo, mayor será la calidad que le aportará al desarrollo de tu gusto.
Elegí el libro que te deje reflexionando.
El arte que te interpela por dentro, y no solo te entretiene.
Los productos y servicios que realmente te gustan. No los que te generan urgencia por comprar.
El mundo ya no necesita más contenido genérico, mensajes repetidos y soluciones sin alma que no se interesan por crear una conexión auténtica con su audiencia.
El mundo necesita resonancia.
Tus mejores clientes no vendrán por el resultado que les prometiste.
Tampoco llegarán por la solución que creaste.
Lo harán por cómo pensás. Por tu manera única de ver el mundo. Por lo que sos capaz de decir mientras la mayoría repite lo que todos dicen.
Tus mejores clientes no buscan promesas. Quieren alineación.
Y para eso necesitas priorizar tu gusto en todo lo que comunicas.
Siendo vos, más vos.
“Los pescadores saben que el mar es peligroso y la tormenta, temible, pero nunca han considerado que esos peligros sean razón suficiente para quedarse en la orilla. Esa sabiduría se la dejan a quienes les resulte convincente. Cuando llega la tormenta —cuando cae la noche— ¿qué es peor: el peligro o el miedo al peligro? Dame la realidad, el peligro mismo.” – Vincent van Gogh
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