“Todavía no es el momento”.
Esa es la gran ilusión en la que muchos creadores y emprendedores caen.
No importa qué tan ambiciosos sean sus objetivos ni cuánto deseen tener un negocio próspero que les aporte toda esa libertad que los llevó a emprender, siempre encuentran una razón para postergar las decisiones que pueden cambiar radicalmente el rumbo de sus vidas.
Dicen que van a lanzar su nueva oferta cuando estén listos.
Que van a invertir en ellos cuando cierren más ventas.
Que van a delegar cuando todo se ordene.
Y así pasan los días y el momento perfecto nunca llega.
Pero lo que si llega, es la acumulación de meses (incluso años) de oportunidades desaprovechadas y de tiempo desperdiciando toda su energía haciendo las mismas tareas que los mantienen atrapados en el mismo punto donde ya no quieren estar.
Sea cual sea el contexto, el problema nunca es el tiempo. Eso siempre es una excusa.
El problema, en realidad, es la falsa creencia de que podemos controlarlo.
Alan Watts solía decir que la mayoría de las personas viven como si la vida real estuviera “por empezar”. Como si el presente fuese un ensayo general y que el verdadero espectáculo lo estuviéramos reservando para más adelante.
Pero entre vos y yo… ¿te diste cuenta que la vida no tiene antesala?
La vida es precisamente eso que transcurre en este instante, y sin embargo, seguimos esperando el “momento perfecto” o a que “todo se acomode” para vivir experiencias que nos hagan crecer y tomar decisiones que sabemos que son necesarias para materializar la realidad que deseamos.
Cargamos con el mito de que en el futuro estaremos más preparados, más seguros y sabios para finalmente tomar acción radical. Y cuando ese futuro no llega, seguimos sintiéndonos igual de inseguros y volvemos a patear la decisión un poco más para adelante.
Hasta que un día nos damos cuenta de que el tiempo pasó, que el contexto ya no es el mismo que antes y que todavía seguimos en el mismo lugar de siempre.
El otro día me reencontré con un concepto muy poderoso de Carl Jung que me hizo reflexionar.
El psicólogo hablaba sobre el “inconsciente colectivo” y cómo nuestras decisiones están condicionadas por patrones mentales que ni siquiera sabemos que existen.
Esto me llevó a pensar que desde pequeños nos hicieron aprender que el éxito llega después de un largo y doloroso proceso, y esa creencia nos llevó a pensar que cualquier intento por hacer el camino más claro y disfrutable es, como mínimo, sospechoso.
Entonces, sin darnos cuenta, nos boicoteamos.
Nos convencemos de que tenemos que sufrir para conseguir resultados.
Aceptamos cosas que jamás nos permitiríamos trabajando para alguien más, camuflándolas con el rótulo de productividad y obsesión.
Y de tanto evitar la incomodidad de tomar decisiones difíciles para nuestra vida, terminamos atrapados en la rutina de siempre.
Pero esta es la cruda verdad:
Cada vez que postergamos una decisión importante, lo último que hacemos es esperar el momento perfecto. En realidad lo que hacemos es elegir mantenernos en nuestra zona segura.
Si queremos comenzar a lograr cualquier cosa que nos proponemos, debemos aceptar una verdad incómoda: que el tiempo no espera.
Entonces, ¿cómo podríamos evitar que el estancamiento nos gane?
Cómo valorar mejor el tiempo
Cuando pensamos que algo sobra, tendemos a valorarlo menos.
Y cuando menos valoramos algo, más descuidados somos con eso.
Lo mismo sucede con el tiempo.
Estamos muy acostumbrados a tenerlo, de la misma forma en la que estamos acostumbrados a despertarnos todas las mañanas y que las cosas sigan igual que ayer.
Lo curioso (y triste) es que la mayoría de esas cosas que damos por sentado, automáticamente cobran todo su valor cuando dejamos de tenerlas.
Damos por sentado nuestra salud, pero olvidamos que sin ella no podríamos enfocarnos en nuestros negocios, proyectos, ni llevar la vida que tenemos.
Damos por sentado nuestros vínculos, pero lamentamos no haber compartido lo suficiente cuando esas personas ya no están con nosotros.
Damos por sentado el tiempo, pero cuando atravesamos nuestras últimas horas de vida nos arrepentimos por todo lo que quisimos hacer y postergamos.
De hecho, esa fue una de las conclusiones a las que llegó Bronnie Ware, experta en cuidados paleativos y enfermos terminales, autora del libro “Los Cinco Principales Arrepentimientos de los Moribundos”.
De esa pequeña pero tan reveladora lista, el principal arrepentimiento fue “ojalá hubiera tenido el coraje de hacer lo que realmente quería hacer y no lo que otros esperaban que hiciera”.
En los últimos dos años, a través de Materia, estuve más cerca de emprendedores que con mucha ilusión me hablaban de sus proyectos y del estilo de vida que soñaban tener con su negocio. Pero por alguna razón, no se lo permitían.
Decían que no tenían tiempo, cuando en realidad lo que todavía no tenían era la voluntad suficiente para invertir en ellos y en su visión.
Soñar es un acto pasivo. Materializar nuestros sueños es un acto revolucionario.
Entre ambos extremos hay todo un camino por delante. Se dice que emprender es la mejor universidad de la vida jamás creada, y tienen mucha razón.
Pero todo camino comienza con una decisión. Una invitación a honrar la vida que tenemos que es una y el tiempo que se nos fue dado.
Madurar es ser conscientes de que no tenemos todo el tiempo del mundo y al mismo tiempo reconocer que lo bueno lleva tiempo.
El problema es que nos aferramos a una idea equivocada del futuro. Pensamos que, en algún momento, vamos a despertarnos con una sensación de certeza absoluta, con todas las piezas en su lugar y sin miedo a tomar acción. Pero ese momento nunca llega. Nunca vamos a sentirnos totalmente listos porque la seguridad que buscamos no existe antes de actuar, sino después.
Alan Watts solía utilizar la metáfora del río para describir la vida. Decía que muchos intentan aferrarse a las rocas, creyendo que así se mantendrán seguros. Pero la vida, al igual que el agua, sigue en movimiento. Y cuando luchamos contra la corriente, cuando resistimos el cambio por miedo a lo desconocido, terminamos consumiendo más energía y sintiéndonos más agotados.
Lo más seguro no es aferrarse a la orilla, sino aprender a nadar con la corriente.
Con los negocios funciona lo mismo. Cuanto más nos resistimos a actuar, más difícil se vuelve sostenerlo.
Cómo romper el ciclo de la postergación y recuperar el control
Esperar el momento perfecto es una ilusión. Lo perfecto no es real.
La mejor forma que encontré para salir de la trampa de la inacción es actualizando nuestra relación con el tiempo, con el miedo y con la toma de decisiones.
Cuando digo esto, es muy fácil creer que debemos hacer más. Cuando en realidad, se trata de hacer lo correcto. De dejar de movernos en círculos y comenzar a avanzar con intención.
Para eso, hay cinco principios fundamentales que protejo a capa y espada:
1. Dejar de negociar con el tiempo
El primer paso para romper con este ciclo es entender que el tiempo no se encuentra, sino que se crea.
No es algo que va a sobrar mágicamente cuando estemos más organizados o cuando las circunstancias sean más favorables. Es algo que tenemos que saber proteger y distribuir de forma activa y consciente.
La diferencia entre los emprendedores que tienen resultados y los que se quedan estancados en la rutina diaria es que los primeros hacen que el crecimiento sea una prioridad. No esperan a “tener tiempo” para enfocarse en lo importante. Se lo asignan intencionalmente.
Hagamos un ejercicio:
Observa tu calendario de la última semana y analiza en qué invertiste tu tiempo.
¿Cuánto de ese tiempo fue destinado a tareas operativas y cuánto a crecimiento estratégico?
Ahora diseña tu próxima semana asignándole un tiempo fijo a las acciones que realmente te harán avanzar.
Si no definimos de antemano cómo vamos a usar nuestro tiempo, siempre encontraremos una excusa para estar ocupados en lo urgente, pero nunca en lo importante.
2. Adoptar una mentalidad de “hecho es mejor que perfecto”
Uno de los mayores bloqueos de los emprendedores es el perfeccionismo disfrazado de estrategia.
La idea de que todo tiene que estar 100% listo antes de salir al mundo es lo que impide que muchas personas lancen su oferta, publiquen contenido o implementen estrategias que saben que pueden hacer crecer su negocio.
El problema con esto es que el perfeccionismo no es una búsqueda de calidad, sino una forma de evadir el miedo:
El miedo al juicio.
El miedo a no ser suficientes.
El miedo a equivocarnos.
Pero en toda creación, la calidad no se mide por cuánto tiempo dedicamos a perfeccionar algo, sino por el impacto que eso genera en el otro. Y no podemos generar impacto si nunca salimos al mundo.
La vida es como aprender a nadar: si no nos movemos, nos hundimos.
Lo mismo sucede con los negocios. No importa cuánta planificación hagamos, si no tomamos acción, nos iremos abajo.
Por eso, en lugar de obsesionarte con la perfección, obsesionate con hacer mejoras incrementales. En lugar de esperar a tener la estrategia ideal, implementa, mide y ajusta en el proceso.
La única forma de mejorar algo es lanzándolo al mundo y recolectando feedback de las personas. Cuanto antes lo hagas, más rápido tendrás éxito.
3. Diseñar sistemas que te hagan crecer
No podemos depender de la motivación para actuar.
Las personas que logran lo que se proponen no dependen de la motivación, sino de sistemas.
Un sistema no es otra cosa que un conjunto de acciones predefinidas que garantizan que el crecimiento suceda, independientemente de si nos sentimos inspirado o no.
Si tenemos que decidir todos los días qué hacer para hacer crecer tu negocio, vamos a terminar agotados, frustrados y sin energía para ejecutar. Pero si contamos con un sistema que forme parte de nuestra rutina, el crecimiento se vuelve inevitable.
Definí tus no negociables → ¿Cuáles son las 3 acciones que sí o sí tienen que ocurrir cada semana para que tu negocio crezca?
Ponelo en el calendario → Si no está programado, no existe.
Automatizá o delegá → Si algo no requiere de tu presencia directa, sacalo de tu lista de responsabilidades.
Veamos un ejemplo:
Si sabés que tu contenido te trae clientes, tu sistema podría ser:
Crear nuevo contenido los lunes.
Programar todas tus publicaciones los martes.
Hacer seguimiento de mensajes los jueves.
Cuando tenemos sistemas como estos, el crecimiento deja de ser un objetivo difuso y se convierte en algo predecible.
4. Tomar decisiones rápidas y aprender en el proceso
La indecisión es una de las formas más costosas de auto-sabotaje.
Por mucho tiempo creí que si reflexionaba a fondo en una decisión, más rápido iba a encontrar la solución perfecta a mi problema. Pero lo que realmente sucedió es que perdía tiempo valioso sin avanzar en nada.
No necesitamos tomar decisiones perfectas. Necesitamos toman decisiones conscientes y ajustar en el camino.
Cada decisión que tomamos nos da nueva información. Y con cada nueva información, podemos mejorar nuestra estrategia. Si esperamos a tener la respuesta perfecta, nunca vamos a empezar.
Vamos con otro ejercicio:
Pensá en una decisión importante que hayas estado postergando.
Definí un criterio simple para decidir (por ejemplo: si la respuesta es un 80% sí, avanza).
Tomá la decisión en las próximas 24 horas.
La velocidad de implementación es una de las ventajas más fuertes que podemos tener como fundadores. Cuanto más rápido tomamos acción, más rápido obtenemos resultados.
5. Comprometerse en público para acelerar resultados
Cuando el compromiso es con nosotros, se vuelve más fácil negociar con uno mismo. De última, si lo postergamos, “no pasa nada”.
Pero cuando nuestro compromiso es público y otras personas están esperando que cumplamos con nuestra palabra, el nivel de presión cambia.
Anunciar nuestros objetivos públicamente es una de las estrategias más poderosas para asegurarnos de que vamos a cumplir con nuestra palabra.
La presión social bien utilizada puede ser un gran acelerador de crecimiento y es una de las herramientas que más utilizo para no postergar mis proyectos.
Te propongo que hagas lo mismo:
Elegí un objetivo clave que quieras lograr en los próximos 30 días.
Compartilo con tres personas de confianza o publicalo en redes.
Definí una fecha de entrega y pedile a alguien que te haga seguimiento.
Y si sentís ganas de hacerlo, te invito a que lo compartas en los comentarios de esta publicación.
El tiempo no espera
Todas esas personas que admiras, todos esos referentes que te inspiran, no llegaron a donde están por su talento, o su conocimiento, o la cantidad de años de experiencia que arrastran con ellos.
Lo hicieron por su capacidad para tomar acción inmediata.
No cuando se sentían listos.
No cuando tenían todas las respuestas a sus dudas.
Sino ahora.
La postergación nos mantiene en el mismo lugar.
La espera disfrazada de prudencia nos aleja de la expansión.
El miedo al fracaso nos paraliza.
Pero esto no es más que otra perspectiva de muchas. De hecho, la menos favorable de todas.
En cambio, cuando reconocemos…
Que el tiempo no se encuentra, sino que es algo que protegemos.
Que la confianza no aparece antes de avanzar, sino después de hacerlo.
Que el crecimiento no llega cuando las condiciones son perfectas, sino cuando tomamos decisiones estratégicas a pesar de la incertidumbre.
Ahí es cuando empezamos a crear un futuro más próspero para nosotros.
El tiempo no esperará a que estemos listos. La confianza no aparecerá de la nada. Y el crecimiento no ocurrirá siguiendo la misma rutina de siempre.
Lo único que importa es lo que hagas a partir de hoy.
Y si tenes un negocio y queres empezar por algún lado, tengo un regalo para hacerte.
Te mando un abrazo,
Agustín
“Un cuerpo en forma, una mente calma y un hogar lleno de amor. Estas cosas no se pueden comprar, hay que ganárselas” – Naval Ravikant