Mi viejo es un héroe.
Lo sé yo y ahora lo sabés vos. Él todavía no lo sabe. Se me cae la cara de la vergüenza al confesarte esto, pero tiene que ver con esa estupidez incómoda que uno esquiva con los padres por miedo a no saber cómo irá a reaccionar y porque, honestamente, no tuve ESE momento especial para decírselo.
Descubrí que mi viejo es un héroe de grande. Si tengo que ser más específico, cuando oficialmente dejé de ser un adolescente tonto y conseguí un trabajo que me permitiera alquilarme un departamento e independizarme.
Tener que lidiar por primera vez con los impuestos, el alquiler, las expensas y todos los gastos que implica mantener una heladera llena, me hizo entrar en consciencia del enorme sacrificio que tuvo que hacer como única fuente de ingresos de la casa para que a mis tres hermanos y a mí no nos falte nada. Y eso que no mencioné la escuela, la hipoteca, etc.
Pero por sobretodo, mi viejo es un héroe por todo lo que me enseñó por el simple hecho de existir. No siempre fue así, de hecho, durante mi adolescencia me costó mucho verlo como un ejemplo por no aceptar muchas de sus decisiones de vida. Fundamentalmente una.
De chico, mi papá siempre soñó con entrar a la Escuela Naval Militar Argentina. Toda su juventud estuvo rodeada de árboles, ríos, campamentos y anécdotas en una tierra donde la vida artificial moderna apenas se animaba a entrar. Todo eso lo moldeó como persona, por lo que tenía sentido ver en el Ejército el refugio que, en algún momento de nuestras vidas, todos buscamos.
Para poder incorporarse a la escuela, necesitaba rendir un examen de ingreso muy complejo a finales del último año del secundario. Quiero decir, que no sólo tenía que estudiar para rendir todas las materias del último semestre de la escuela, sino que además debía preparase para aprobar la prueba de su vida.
Pero no estaba solo en el desafío. Su mejor amigo decidió unirse con él en la aventura de algún día convertirse en oficial naval de la Armada y navegar por el mundo en un barco. Así fue que decidieron prepararse juntos.
Todos los días con todas sus noches, durante 6 meses lo único que hacían era estudiar. Si hay algo parecido al infierno, seguramente era eso.
Hasta que llegó el día.
No sólo aprobó el examen. Lo había hecho con honores. Se había convertido oficialmente en un estudiante de la Escuela Naval Militar.
A partir de acá comenzó mi desconcierto. Si había logrado ingresar a la Escuela Naval, ¿qué hacía acá? ¿por qué vestía uniforme de oficina, era contador y tenía una familia?
A lo que mi padre me cuenta:
Cuando conoció la noticia de que había ingresado al Ejército y que tenía que abandonar su casa para irse a vivir a la escuela, mi abuela –su madre- cayó en una profunda angustia al pensar que no volvería a ver a su hijo por mucho tiempo.
Sumado a esto, su mejor amigo no había logrado ingresar así que no le quedó otra opción que entrar a la Facultad de Ciencias Económicas y estudiar para ser contador. Era de las muy pocas carreras que todavía estaban aceptando estudiantes para esa fecha.
Ambas circunstancias llevaron a que mi padre tome la decisión de rechazar la carta de aceptación de la Escuela Naval para ir por lo seguro: seguirlo a su amigo, estudiar la misma carrera con salida laboral garantizada y estar cerca de su familia. Había reemplazado el uniforme de sus sueños por el uniforme de un oficinista.
Tenía menos de 15 años cuando me contó esta historia. Me llevó mucho tiempo entender por qué renunció a su sueño y poder aceptarlo en consecuencia. Me juré que haría lo imposible por esquivarle a las garantías artificiales de las mal llamadas “carreras seguras” para vivir de lo que realmente me apasiona.
Steven Pressfield, autor de La Guerra del Arte (uno de los libros que más influencia tuvo en mi vida), inventó un nombre para el camino que decidió tomar mi padre.
En su libro “Turning Pro”, Steven introduce el concepto de “Shadow Career” (carrera sombra), que básicamente plantea lo siguiente:
Cuando tenemos miedo a abrazar nuestro verdadero llamado en la vida, decidimos perseguir una carrera sombra. Estas carreras son una metáfora de lo que verdaderamente queremos hacer: misma forma, mismas características, pero con una leve diferencia: fallar en una carrera sombra no nos afecta en lo más mínimo.
Nos da igual. No nos duele. Es insignificante porque en realidad no nos importa. Pero fallar en algo que sí es importante para nosotros, eso es otra cosa que requiere coraje.
Todos tenemos algo que es tan pero tan grande para nosotros que la simple idea de fallar nos paraliza. En consecuencia, decidimos ir por lo seguro para no hacerle frente al miedo: cursamos la carrera que nuestros padres esperan que hagamos, ingresamos a la empresa familiar en contra de nuestro deseo o terminamos haciendo lo que el resto de nuestros amigos hacen para no perder contacto y no sentirnos solos.
En uno de sus textos, Steven Pressfield es muy asertivo al afirmar que la ambición es uno de los fundamentos más primitivos y sagrados de nuestro ser. Tener ambición y actuar en consecuencia significa abrazar el llamado único de nuestra alma. No actuar en consecuencia es darnos la espalda a nosotros mismos y a la razón de nuestra existencia.
La mejor manera de identificar si estamos persiguiendo una carrera sombra es preguntándonos:
¿A qué le tengo más miedo?
Somos seres cuyo único objetivo primitivo es perseguir el placer y uir del dolor. Si somos coherentes a nuestros instintos, tarde o temprano terminaremos abandonando lo que nos chupa la energía para ir a buscar lo que nos devuelve la vida y enciende nuestros sentidos. Entonces, ¿por qué seguir postergando lo inevitable? ¿Por una idea llamada miedo? Vamos, que sos mucho más grande que eso.
Pero yo te dije que mi viejo es un héroe y esta historia no le estaría haciendo mucha justicia.
Mi viejo es un héroe porque me enseñó que en la vida no se trata de hacer lo que uno quiere, sino de actuar en base a lo que uno necesita.
Unos años más tarde, yo mentalmente más adulto, me confesó que no aceptó la carta de invitación porque a pesar de que le encantaba la idea de ser parte del Ejercito Naval y viajar por el mundo en barco, no se imaginaba una vida lejos de su familia, y mucho menos, sin poder construir una.
Fue en ese preciso instante que comprendí que en tiempos de incertidumbre, la vida siempre nos envía señales para que nos demos cuenta lo que es importante para nosotros. Él había actuado en consecuencia. Había hecho lo correcto.
Ser contador no era lo suyo, pero al menos fue su punto de partida para diseñar la vida que necesitaba y de la que hoy disfruta. Y eso, para mí, es ser valiente.
Feliz jueves 👋
Ame ! Gracias por tus palabras y por el libro q recomendaste 🙃